Estas son las mañanitas
Escucho el teléfono y salgo apurado de la ducha. Me frena tan sólo un instante un frío que me da la bienvenida al pasillo, y troto como pingüino malherido, sabiendo que al teléfono no voy a llegar. Pero lo que vale es la intención, me convenzo, porque de lo contrario, me persiguen verbos condicionales por el resto del día: y que si tal, y que si cual. (Yo quería ser bombero, de chiquito, quería ser alto y bigotudo. Enano no soy, pero los bigotes me hacen acordar al verdulero de la esquina de Juncal, y por eso nunca los dejé crecer.) Sigo dejando rastros, gotitas ordenadas, como migas de pan y Hansel y Gretel. Hace mucho que nadie me lee un cuento. Hace mucho que estoy parado en el mismo lugar, frente a un teléfono callado, y se observa una laguna tímida en la alfombra. Termino de cambiarme, salgo a la calle y me siento en los escalones. No hay nadie. Del lado de enfrento veo un árbol de tronco flaquito que se asoma entre la maleza casi artificial del lote vacío. Las ramas y las