Subtes multicolores


cortes y cicatrices
susurraba despacito
cortes y cicatrices
es todo lo que tengo


Creo que no me vio. Estaba en el subte, como en diagonal a mi izquierda, botitas verde loro destruidas, una bermuda hasta las rodillas, cicatrices y tajos de una vida que no conozco. Ojos cerrados. Boca cerrada. No puedo evitar reírme de la gente que duerme con la boca abierta, apuntando al cielo, como esperando que ananá caiga justo entre sus filas sucias de dientes y lo ahogué ahí en pleno subte. Pero ella tenía los labios cerrados, orejas chiquititas, remera negra lisa, muñecas desnudas, ningún bolso. Si no la hubiera conocido así, durmiendo, hubiera apostado cien dólares que era lesbiana; o bi, ante la duda de esta gente dudosa. Pero ni se me cruzó por la cabeza despeinada. Saqué un cuadernito azul garabateado de mi mochila (suelo llevar cuadernitos y lapiceras negras a todos lados), y, dos estaciones antes de bajarme, escribí la siguiente nota:
Verdes
Tajos
Cerrados
Me hiciste sonreír.
No tengo muy buena letra y encima el subte porteño no ayuda, pero no importó, corté el pedacito de papel y antes de bajarme en Juramento de mi queridísimo subte verde, el D de dedo, se lo apoyé sobre las manos.
Sucedieron un par de cosas que no esperaba. Mi plan se basaba en las suposiciones de que, en primer lugar, ella viajaba sola, y por ende, no habría ningún conocido despierto que podría llamarme la atención. En segundo lugar, supuse que ella estaba dormida. Y finalmente, creí que era heterosexual, mujer y nunca la volvería a ver.
Más adelante sí confirmé que era heterosexual y mujer. De varias maneras. En todo lo demás, estaba equivocado.
Para empezar: no, no estaba sola. Una amiga viajaba con ella, de pelo medio azulado violetaceo, (como peluca sacada de juguetitos una banda indie-pop australiana que aparenta ser metalera pero canta de amor y pajaritos), y mientras yo la miraba a la de botas verdes, la peliazul me espiaba. Esto duró 5 estaciones hasta que me acerqué a dejarle mi nota, y la metalera wannabe me preguntó así como así,
qué hacés?
no tuve tiempo de responder o correr o mirar para otro lado, y la Alicia de las maravillas de botas verdes ya había abierto los ojos y ya me estaba desnudando con ojos negros, cara de hipopótamo o rinoceronte confundido, como insertado en telenovela mexicana y notando que no entra en el set. Simplemente, no entra.
Y como verán: no, no estaba dormida, sólo descansando con los ojos cerrados como sabrán si alguna vez se subieron a cualquier medio de transporte público de Buenos Aires, es algo que mucha gente hace.
Los hechos que siguieron a este incidente me son medio confusos. Yo intenté escabullirme velozmente hacia la puerta, por más que faltaba una estación para llegar a Juramento, pero para cuando llegué, la puerta se cerró en mis narices. Literalmente. Casi la pierdo. No como en esos chistes que dicen ay, te saqué la nariz, jaja. No tan triste, no tan gracioso.
Nos miramos esperando una respuesta una, dos, tres veces, y empecé a caminar hacia el fondo del vagón, y me escondí detrás de un hombre enorme, que parecía estar puesto ahí por el mismísimo LocalizadorDeLaGenteEnSubtes. No, no Dios. Dadas las circunstancias, no creía en Dios, por lo menos no en ese momento.
Llegó Juramento, me bajé del subte, y me posicioné en un escalón de las escaleras mecánicas para salir a la luz. No había pasado ni la mitad del trayecto cuando miro para mi izquierda y ahí está, niña botitas verdes, mirándome, sonriendo, subiendo por las escaleras "normales" por decir algo. Y yo sin lugar para ir o esconderme, sonreí, con cara de excusa incómoda, como frunciendo la puntita de una ceja y agradeciendo al doctor por el chupetín después de la dolorosa aguja que me clavó en el hombro. Todo eso, en una sonrisa.
Llegamos arriba y me quedé quietito, siendo empujado por la gente pero como quieto entre los empujones, esperando a que alguien emita alguna palabra. A todo esto la peliazul gritaba en otro idioma por celular y yo cada vez entendía menos.
Escribió algo en la parte de atrás del papelito que le había dado y estiró su mano para dármelo. Tardé en reaccionar, y medio ansioso lo agarré y leí casi en voz alta 8 númeritos, uno atrás de otro, que luego comprendí, formaban un cadencia de números, porque eso son números, y con eso, uno llama a personas. Como ella.
Para cuando levanté la cabeza ya se habían ido.
Quiero aclarar que esto no me sucede muy seguido. Es más, no me sucede nunca. Uno puede pensar que yo soy un drogadicto confundido maníaco depresivo que va dejando papelitos con palabras sinsentido en las faldas de diferentes mujeres y eventualmente alguna posible bisexual reprimida debía obsequiarme algo de atención. Pero me gusta pensar que no fue tan así, porqué era la primera vez que entregaba mi papelito en un subte, como los niños que piden monedas y dejan figuritas o estampillas de la Virgen, era mi primera vez, y me salió bastante mal. Pero tan bien.
Caminé las catorce cuadras hasta mi casa con un aire de victoria y honra, repasando los eventos y ocurrencias que llevaron a que yo tuviera en mis manos un papel con un número de teléfono de una desconocida. Desconocida. Que linda palabra.
Caminé casi sin notarlo, me parece recordar que casi me pisan un par de veces, pero nunca está de más cambiar bocinazos por segundos de fúnebres sueños de un futuro cercano. Abrí la puerta de mi dulce hogar, saludé a Fernando, un amigo con quién pago alquiler, y me concentré en un calendario de argentinas desnudas de él que tiene colgado sobre su cama. En cinco días la llamaría. Sábado 9 de abril.
No sólo no dormí bien, sino que tuve pesadillas con escaleras en cinco dimensiones que parecían llevarme a lugares inesperados, y pronto me perdía en un cubo mágico de caminos sin fin. No le intenté encontrar ninguna correlación directa con la mujer de botas verdes, simplemente dormí mal. Varias veces intenté dibujar su rostro o recordar detalles de sus manos pero no lo logré, los bocetos todos terminaban pareciendo de viejos arrugados por la cantidad de líneas inciertas y desencontradas. Hice un esfuerzo por contarle a Fernando pero pronto comenzó a parlotear de su salida con una pelirroja la noche anterior, y perdí interés.
No me sorprendió cuando llegó el viernes y me encontré llamándola desde un teléfono público, ya harto de esperar. No me pregunten porque desde un teléfono público, supongo que he visto demasiadas películas y ante la duda seguí el consejo de los directores hollywoodenses que me criaron.
No atendió. Tomé un café en la esquina, tomándome el trabajo de mirar toda la carta y leer todas las descripciones. A la hora volví a llamar. La conversación fue algo parecido a lo siguiente, pero con más Mmm y ehh y silencios incómodos que la hicieron durar una eternidad, como pato estático en medio de una laguna. Y blop se lo traga el viento:
- Hola?
- Hola.
- Quién habla?
- Ehm yo, soy el chico del subte.
- Ah.
- Sí.
- Estoy ocupada, me dejás un teléfono, te llamo más tarde?
Seguí instrucciones al pie de la letra, y le di el número de casa. No se me ocurrió darle mi celular por razones que me superan. Supongo que porque el número de casa era más corto y mientras menos palabras me veía forzado a emitir, mejor. No sé. De nuevo al sucio departamento compartido. Todo sucedía demasiado rápido y demasiado lento. Como hombre quieto en la lluvia exagerada, sin paraguas ni sonrisa, estático, todo parece moverse tan rápido y él quieto. Quizás esperando, como aquella letra de la renga, a aquel que nunca va a llegar, en la esquina de su barrio. Good times.
La historia sigue.
Pasaron varios días sin recibir su llamado. Tuve mucho tiempo para pensar, idealizar, imaginar, sus hobbies, si tenía mascota, si todavía vivía con sus viejos, si era lesbiana, si había leído a Sábato o si conocía a Elliot Smith. Si le gustaba escuchar el sonido que hace el silencio cuando todos intentamos no hacer ruido.
Y después tuve una especie de revelación. Su voz. No sonaba argentina, mucho menos uruguaya, o chilena... no conocía muchos personajes latino americanos, pero supuse que tampoco era colombiana o venezolana, ni ecuatoriana o brasilera. Ni mexicana. Automáticamente pensé que podría ser americana, pero la oración tenía un fraseo diferente. Horas pasaron, hasta comencé a buscar conferencias políticas en la tele, o algo por el estilo que me diera distintos acentos. Nosé porqué pero concluí, correctamente, a pesar de nunca haber cruzado el Atlántico, que era europea. Fa, fue lo primero que pensé; Fa.
Una semana y media pasó antes de que llamara. Varias veces pensé en llamarla e insistir, quizás había perdido mi número, quizás la había atropelldo un camión de Coca-Cola y estaba recibiendo ayuda médica y un gran cheque y necesitaba alguien con quien irse a Hawai a pasar unas hermosas vacaciones estereotipadas. Quizás la respuesta era simple y triste: no me quería volver a ver. O hablar. Pero efectivamente el llamado llegó. Atendió Fer, y me dijo medio riéndose medio serio y preocupado, que era la chica del subte, que suponía que quería hablar conmigo porque él no había conocido nadie en el subte, y tampoco anda repartiendo su teléfono por el subte como desesperado malcogido. A todo esto me imaginaba la europea de botas verdes riéndose del otro lado. Efectivamente cuando atendí se escuchaban rastros de una risa tímida. La llamada habrá durado 17 segundos. Nos veíamos el jueves en un bar Irlandés. A las 8. Llevá a un amigo. Bárbaro.
No está muy claro mi descripción cronológica de estos días bastante calurosos de abril, pero no creo que sea seriamente relevante a como se desenvolvieron los eventos desafortunados. De todos modos, para aclarar, el jueves se encontraba a dos días de distancia. Creo. Y con Fer fuimos al bar, entregados al destino. Para incentivarlo le dije que a Fer que la amiga estaba buenísima, que era rubia y alta y de gomas enormes. Tan grandes como coco de palmera africana. Eso lo convenció, y en el colectivo ya estaba pensando como emparchar las diferencias o la falta de similitudes entre la amiga peliazul que yo había conocido y la barbie que yo había descrito. No me tardo mucho para concluir que diría que aparentemente es una mujer europea con muchas amigas y no trajo a la misma que había visto en el subte.
Suficiente por hoy.

Comments

Anonymous said…
Está muy pobre tu diario íntimo estos días, tus fans queremos saber más de la peliazul y la mujer de botas verdes del subte
atte
renata la rata
fermin said…
fabuloso pibe
puro talento
abrazo

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