Yo no la maté

Siempre las manos frías. Ante todo, manos frías y ojos llorosos, un aspecto de lluvia, un apego a la palabra "enterrar" y una pasión irracional por todo lo verde loro. Se llamaba Sofía. Leí alguna vez en un libro que significaba "conocimiento", en uno de esos libros que ofrecen una introducción a la filosofía, pero nada tangible ni sensato, abusando de sinónimos de abre tu mente, abre tus ojos, sal de la cueva, como si recibir más órdenes haría que rebalsara el vaso y entendiéramos que no tenemos control sobre nuestras vida y somos tan sólo títeres. Blah blah blah. Es todo muy cliché. Y me avergoncé tanto al pensar que su nombre significaba "conocimiento", que apenas se lo comenté me di cuenta de lo fuera de contexto que estaba mi comentario, de lo fuera de contexto que estaba yo en ese bar oscuro de barrio, cambiando la cerveza de mano cada diez minutos para que no se me congelen los dedos, con mi usual paranoia que todos los ojos están en mí. Y lo peor es que esa noche turbia de lunes monótono, cada vez que giraba, efectivamente estaban todos observándome. El viejo de la barba. La chica de la barra, entre boina y rastas. Las solteronas. Los solterones. No había personaje que no me dedique su tiempo para hacerme sentir espiado y vulnerable entre el rock de los 80' y el humo de los puchos de Sofía, uno atrás de otro. No recuerdo de que hablamos. Sé que cuando la alcancé caminando hasta su casa, tenía la seguridad de que la volvería a ver. Días más tarde me odiaría a mí mismo por olvidarme de pedirle el teléfono. Cosas que pasan, trata de uno de convencerse.
No sé si lo mencioné, pero desde chiquito siempre tuve pesadillas, me han acompañado a lo largo de los años, y ya ni intento otorgarles significado. Esa noche me levanté agitado después de pensar que mi mano derecha se había transformado en un bonsai horrible y deforme. Comenzó con un pastito, del que tiré casi instintivamente, y pronto apareció otro, y otros, y a medida que arrancaba desesperadamente con mi mano izquierda los yuyos verdes, brotaban más ramas y raíces y veía menos dedos y uñas.
Pero ese es otro tema. Ya habrá tiempo de hablar de mis pesadillas y mi insomnio. Me interesa hablar de Sofía, y los eventos que me llevaron a matar a su tía.

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