Presente almohadesco
Como Catherine y mi amiga Roxy. Somos víctimas y victimarios, sobre todo cuando dormimos. La semana pasada soñé que un canguro asesino me perseguía entre una vegetación seca y espinosa. Yo entre tanto susto me zambullía adentro de un lavarropa italiano, y al cabo de unas horas salía para encontrarme con una selva naranja y brasilera, con bichitos encantadores y, cantando melodías canadienses, entre tanto yuyo, conocía a una mujer.
Una mujer argentina, por supuesto.
Tan argentina que al decirle te quiero prendió un pucho y se rio a carcajadas.
Vestía pollera lisa, tacos agujas, aritos de prostituta colombiana, camisa arrugada y olor a cisne. Yo en cambio tenía un taparrabo diminuto de piel de cocodrilo y un sombrero mexicano enorme.
Que felicidad, pensé.
Ahí nomás aparecieron unos aparatos para hacer gimnasia, y la voz grave de Barry White se empezó a escuchar a lo lejos. Caminamos, trotamos y corrimos sobre cintas para correr motorizadas, con un proyector que nos ambientaba en diferentes paisajes y un ventilador insoportable que cada tanto nos tiraba un poquito de nieve, un poquito de lluvia, y uno que otro granizo. Así estuvimos largo rato, hasta que sin previo aviso nos miramos a los ojos, apagamos las máquinas y nos acurrucamos a lado de un elefante gordito que nos había estado mirando. Antes de dormirme intenté recordar si alguna vez había visto a un elefante flaco.
Me levanté confundido a las once, tarde hasta para desayunar, y ni siquiera llamé a la oficina para toser e inventar aventuras. En pantuflas fui a comer a una parrilla, donde compartí la mesa con un hombre trabajador. Nada más, nada menos: un hombre que trabaja. Y al lado de este espécimen tan singular de mi Buenos Aires querido me vibró el celular y me llegaron unas letras abstraídas de un número desconocido: “¿Cómo te levantaste?”
Me sentí observado. Respondí que bien, gracias, dentro de poquito vuelvo al elefante. Y en mis pantuflas volví a las sábanas; soñé que la mujer argentina me invitaba a un bar francés, bailábamos música tecno americana y tomábamos vodka alemán. Y tropezando, conocí a otra mujer. Otra mujer argentina. Y empapado en indecisión se fueron las dos. Sonriente me tomé un taxi a mi casa y me tiré sobre la bolsa de dormir en el piso porque había una animal gris y alto y flaco sobre mi cama. Feliz y despreocupado cerré los ojos para soñar o despertarme. Sí, para soñar o despertarme.
Comments
BSS
Te dejo el coment acá, que fue el que más me gustó, un texto bien internacional! :-)
Abrazo!!