2 horas tarde

Abrió los ojos. Silencio. Pestañeó. El reloj marcaba las 7:17 am. No filtraba la luz por la ventana, no se oía ese gruñido constante de la ciudad, ni el viento, ni el partido desde un taxi, ni siquiera los autos, que están siempre, son como sus pies y sus manos, lo acompañan a todos lados. Pero no. Nada. Silencio. Espacios vacíos. Tembló un eco perdido y trepo sus dedos, haciéndole cosquillas, como una catarata que de pronto desaparece, no más agua, no más ruido, ni la espuma, nada, se hunde en su ombligo y lo imagina.
Un pie, después el otro, se animó a salir de la cama y caminó hasta la ventana.
Mano izquierda levantó las persianas, despacito, sin hacer esos chillidos que ahora extraña... detrás quietita la oscuridad, ancha, omnipotente, la ciudad hundida en una noche eterna, como pintada de tormenta rusa, oscura, como muerto al que le cierran los ojos para dejarlo ir.
Nada más. Solo negro. No había estrellas. Un par de luces, un par de caras. Y más negro, y más vacío, sobre los techos, más sombras que parecían cobrar vida, alterándose, siguiéndonos... pero son las 7, pensó en voz alta
El sol suele salir a las 5
Supongo que no es un día usual, concluyó correctamente. Él había perdido hace rato toda clase de esperanza y voluntad, esas ansias de levantarse, esa curiosidad que te apresura y te hace tropezar, y correr, desesperar; y tropezar. Ahora se compró un sillón, que es eso de caer, que alabado tropiezo; alabado el descansar y la inmovilidad absoluta.
Volvió a la cama.
Mueca de nada.
Cerró los ojos.
pestañeó, pero al revés, más por instinto que otra cosa.
Como iba él a saber que esa mismísima mañana, el final del mundo nos esperaba detrás de la esquina, esperaba para apagar el interruptor y cerrar la puerta, irse, meterse de una buena vez bajo las sábanas para nunca regresar. Nunca.
Pero Mr. FinaldelMundo es una ente compasiva, hasta tiene bigotes, y lágrimas y al frenar su clásico fitito violeta en nuestro planeta no tuvo que bajarse para distinguir un cementerio medio adornado, corbatas sin cabeza, un deportista patas pararriba, corriendo en círculos, una multitud apretujada en un vagón, con el resto del tren vacío, individuos en una pastilla gigante, blanca y roja, que abre y cierra, y la gente que entra y sale, y algunos se cortan en la mitad, sin alaridos, todos sonrientes, medio pelados, muy callados, pasos largos y uniformes, no están apurados, no están tarde, ni temprano; no están ahí, no están en ningún lado.
A todo esto Mr. FindelMundo apoyó su cabeza en el respaldo, ninguna expresión, tocó la bocinita aguda y el sol volvió a aparecer, en el este, tapado por los edificios, pintados de amaneceres, los vidrios, las tumbas... nuestro anfitrión dio media vuelta y se alejo desgastado, complacido, añadiendo entre suspiros: "Me voy a dormir. Acá no hay mucho para hacer... si no es mañana será pasado. Monos feos."
La gente no lo recuerda, pero una mañana, el sol salió 2 horas tarde.

Comments

Diego M said…
¿Merecemos la compasión de Mr Findelmundo?
Que bueno que ande en un fitito violeta!!! :P
Me gustó mucho mucho el texto, como todo lo que encuentro por acá!
Abrazo!!
Laura said…
EL fin del mundo nos llega muchas veces. No hace falta estar muertos para comprobarlo... la sumisión del alma en el cuerpo muchas veces se pierde.


Saludos
Crispín said…
¿O habrá sido el Gobierno, que volvió a cambiar el horario y no avisó? ¡Malditos (h)usos!

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