cuestionaré

Se bajó del tren ansioso, como niño a punto de abrir regalos de navidad, y se tomó un taxi al aeropuerto. Le contó su historia al taxista y este lo invitó a tomar su última taza de café en Buenos Aires. Hasta el día de su muerte, que sucedió solo dos años después (en un lugarcito de barrio como este), Martín recordó como el taxista se puso serio entre risas y lo tomó del hombro mientras le confesó algo que sonaba como "mijo, a veces necesitamos perdernos, del todo, para encontrarnos. Pero acordate de encontrarte."
Con estas palabras abrazo al taxista y viajo a Parati, un pueblo histórico en la costa brasilera. Durmió durante el viaje y al llegar, cambió sus pesos distraído y observó curioso los nuevos billetes. Acostado en un banco, pensó que sería mejor caminar, y de paso ahorraba unos reales.
Sonaban las campanas de alguna catedral y en una ventana se noto despeinado y sucio. Y sonrío. Hace mucho que no sonreía así, mostrando las encías. Nada dura para siempre, quiso decir, pero en vez tomó pasos largos y pausados por la orilla hasta toparse con un puerto.
Un solo pescador miraba el horizonte, con su caña y su balde y sus victorias. Martín lo miro largo rato. El pescador, que dos horas más tarde confesó llamarse Marcos, se limitaba a pestañar de vez en cuando. Cargaba con una camisa larga a cuadros y unos jeans viejos manchados, la piel oscura de un hombre de arena y las manos grandes, de aquellas que dan fuertes apretones al saludar. Martín finalmente se acercó y tomó lugar a su lado.
Marcos le dijo algo en portugués y el porteño respondió con sus ojos, perplejo. Marcos sonrió y largó una larga carcajada. Martín solo había visto chicos reírse así antes, con los ojos tiernos y honestos, como si el mundo empezara a girar hacia el otro lado. Así empezó y les costó conversar pero mientras caminaban por la orilla, Martín sintió que aquel pescador lo entendía más que su ex mujer y amigos juntos.
Esa noche durmió en el piso. Marcos le había ofrecido la cama, pero ambos sabían que de todas maneras no iba a poder dormir. Hace mucho que no tenía estas ansias de despertarse.

Pasó dos semanas más pescando a su lado y festejando cada pique. El silencio le enseñó la paciencia, el ruido de las olas al quebrar lo ayudaron a perdonarse, el hombre le contagió su humildad y franqueza. Y por último, cuando Marcos le ofreció quedarse, tuvo la libertad de elegir, y eligió seguir camino, sabiendo que tenía un hogar.

Comments

Crispín said…
Qué hermoso este texto Cai, me reconfortó al leerlo, tiene mucha poesía.

Comentario bobo que arruina al anterior: si los juntás, se forma el famoso Martín Pescador, con el que tanto escorchan.
Muy bueno CAI, de las historias que me gustan, sigo leyendo en otro momento otros textos que son nuevos para mí. (¡encontré el numerito escondido!!), chau y gracias.

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