cuestionar

[Me gusta escuchar los pasos de pies decididos, cuando caminan hacia un objetivo con una intención, no un plan, con una herida, no un arma. Un hombre herido es forzado a sanar, o morir. La libertad de elegir se vuelve real y concreta. Y la elección es una responsabilidad. Las responsabilidades y las decisiones nos cambian. Dispara y observa.]

él se dirigía hacia el fin del tiempo.
Buscaba su presente en el espacio, el tiempo en sus ositos de peluches. Cargaba con un nombre conocido, Martín, y una barba que lo hacía parecer mayor. Solo tenía 19 años cuando su hermano decidió salir a correr una mañana de niebla, y un camión llevaba erizos le quitó la vida.
Hubiera llorado un poco en el funeral y seguido con su vida si no durmiera al lado de aquella cama vacía, todas las noches, donde el recuerdo y el silencio le susurraban pesadillas y cuentos de hadas. Como cuando Martín le rompió la bici, y su hermanito lloró toda la noche. Sí, era menor, tenía solo 13 y lo había dejado su primera novia recientemente. Primera y ultima, diría Martín, 30 años después, relatándole la historia a su mujer desnuda.
En el cuarto de este hombre casado había una sola cama, más grande, con olor a rosas artificiales, que en realidad era más como a naranjas o libro nuevo, pero Martín nunca olió una rosa fresca, así que nunca supo. Tampoco parecía importar, porque además se mezclaba con el perfume de su mujer, de marca, de alguna otra fantasía. A veces todavía siente que duerme solo.
A veces también se siente vacío. No sorprendido; al verse en el espejo con cara de niño al que le han robado sus crayones, porque ya nada lo sorprende. Nada lo asombra. Su visión se ha moldado a la ciudad de Buenos Aires como whisky en una jarra esperando su próxima víctima.
Todo esto sería muy triste y enternecedor, pero sucedió algo que ilusionó un final feliz, cuando Martín conoció una chica en el tren. Bah, no la conoció; la miró, le habló, le respondió, y se bajó, en ese orden. Y él sonrió, y quiso sentirse culpable porque algo le dijo que debería. Pero no. Se amoldó, y siguió camino al trabajo como winnie de pooh siempre persigue a la miel. Algunos osos no notan las picaduras, otros no las sienten, otros las ignoran. Pero siempre las hay.
Por eso cuando volvió y besó a su mujer antes de sentarse a comer se apagó la vela. Y la volvió a prender y se volvió a apagar. Y, finalmente, sí, finalmente! mierda! diría su madre, se dio por vencido, y se divorció. No fue muy violento, sólo lo suficiente para hacerla llorar hasta el olvido.
Ahora, habiendo hecho una decisión, Martín sale a tomar el tren sin corbata.

Comments

Crispín said…
¿Será la misma corbata que usa el idiota?
Muy bien descripto el personaje, y su cambio progresivo.
Diego M said…
¿Está naciendo un gran personaje o sólo es una sensación?
Muy buenos posts, estás escribiendo cada día mejor! :-)
Abrazo!

PD: date una vuelta por el Urbanicomio y miralo bien, ¿no está cambiado? ;-)

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