Viernes

Monólogo de un idiota XVIII

Nunca quise lastimarla...

el viernes llegó, como todo, el tiempo inevitable me roba las horas de siesta y antes de que cante el gallo que nunca escuché, avanzó el viernes, sin campanas o firuletes, callado y casi tímido, me levanté solo. E intente cambiar.
La volví a ver a la secretaria, pero fue diferente, con su aspecto de viernes y su sonrisa de jubilada jugando al ajedrez. Por que no, pensé, después de todo no trabaja conmigo... compartimos el mismo edificio. Y seguí medio así, con cada una de mis mejores amigas, y al sentarme en mi silla negra de cuero con muchas patas para moverme para donde quiera, no solo me sentí que no iba a ir a ningún lado, sino que el reflejo de mi pelo en la pantalla, que aparentaba estar peinado para la derecha, me dio asco.
Pero como llegó el viernes llegó la hora de saludar a la secretaria y hundirme entre la multitud oficinesca, ahogarme entre sus conversaciones de puteadas bajo el atardecer que nunca lo veo por que están los edificios para encargarse.
Pasé por mi escondite, mi agujero, mi humilde hogar helado, y salí a tomar el colectivo que tanto esperaba.
Pero no tenía monedas, como era de esperar. Terminé comprando chicles, aunque nunca me gustaron, y esperé largo rato, mirando la esquina por donde doblaba el bondi hasta que finalmente dejó de jugar a las escondidas y se acercó. Después metí una pata en un charco, de esos bien negros, que parecen bajitos pero el pie se te hunde hasta la rodilla y te hacés el disimulado. Que pelotudo...
Me senté en el mismo lugar de siempre. Al mi lado, ella. Falda blanca hasta las rodillas esta vez, tacos negros y camisa abierta para quien se anime a espiar. Pero ojos cerrados, con quien estará soñando? tanto esperar y se sumerge en otro mar irreal, yo mirándola dormir como angelito perdido entre tanto humo y mentiras.
Me bajé y la seguía mirando, así tan inocente y despreocupada. Apenas arrancó el bondi su cabeza rebotó contra el vidrio, haciendo un ruido bastante preocupante ante nada, muy real. Abrió los ojos y ahí estaba yo del otro lado del cristal, trotando, después corriendo, después jadeando y como me dolía el vaso.
Pero se alejo su carita pegada al vidrio, un poco riéndose un poco sorprendida, y se iba fundiendo entre los otros colectivos... me subí a la vereda, por donde la gente tan sana camina, y camine lento pero derecho. Y pasó algo, como si la gallina después de tanto intentar con sus alas patéticas y su aleteo espástico, agarra vuelvo y nota como todo se ve tan chiquito desde allá arriba y conoce la espuma del cielo y luego, nace el miedo de que sus alas se quemen con el sol.
La vi sentada en la parada del colectivo, esperando. No sabía si abrazarla, habíamos hablado muy poco, pero con una sonrisa pareció suficiente y caminamos la vuelta al mundo en 79 días.
Paramos a tomar un café, y me llené de datos de su existencia, pero seguía siendo una figura misteriosa, de origen esfumado, con una risa curiosa ante todo, fugaz y abreviada. Nos fuimos sin pagar, como cómplices de un crimen, y nos corrió un mozo un par de cuadras. Terminamos en un lugar con pasto y arbustos, encerrados entre rejas, y bajo un árbol milenario tropezamos con nuestros cuerpos una y otra vez, entre rizas y llantos y recuerdos recientes. Las palabras pronto se escabulleron entre los más arbitrarios yuyos y, la última lamparita, titilando, se apagó.
Rodamos como rollos de fotos entre la gente que paseaba su perros, manchamos con risas el traje, la falda, las camisas, y vivimos el marrón de la tierra. Opinamos sobre la gente que pasaba con crueles similitudes y casi nos subimos a las hamacas. Una vez terminada la niñez pasamos a la adolescencia y volvimos a caminar. En un ciego abrir y cerrar de ojos nos quedamos sin sol y sin luna, se hizo la noche nublada y turbia, pero la ignoramos. Ahora me arrepiento.
Entre tanta euforia y rebelión nos topamos con un motel, con la figura de una mujer titilando y un nombre de otra generación, que no recuerdo. Si recuerdo que subimos las escaleras de la mano, pero que ascensor no había y nos divertimos encontrando nuestro cuarto. La llave abrió en el primer intento y ni siquiera cerramos la puerta. Tampoco deshicimos la cama. Primero el saco y después el saquito, luego las camisas. Pasamos a la falda que llevaba el cierre al costado y entre tantas carcajadas se negaba a abrir. Pero como lo demás termino por ahí. Luego los tacos, las medias no, y sin prender una luz nos olvidamos del horizonte y de las paredes, del espejo, la puerta y la hora. Nos olvidamos de las nubes, y después la lluvia, haciendo su tamboreo único sobre nosotros. Jugamos con las sábanas y una lámpara cayó al piso, sinvergüenza, no la noté hasta que me dijo que tenía que irse, porque que la esperaba en su casa su marido, y me corté el pie con un vidrio de la lámpara que nunca prendimos entre tanta oscuridad.
No me atreví a decir nada, a pesar de la sangre, me puse el zapato sin pensarlo y bajamos. Frené en la entrada para pagarle al dueño las horas o los días o los minutos que habíamos estado ahí adentro y ella siguió de largo hacia la calle. Busqué mi billetera en cada uno de mis bolsillos, volví a revisar y supuse que había quedado en el cuarto. Subí rengueando a buscarla y la encontré en la mesita de luz junto a su cartera. Bajé las escaleras solo y le pedí que sepa perdonarme, que no tenía cambio. Se demoró largo rato en contar los billetes, y antes de terminar escuché el ruido de ruedas desconocidas sobre un asfalto, seguido de un grito afónico y un silencio que pareció prolongarse hasta el último de mis días.

Comments

Crispín said…
Se ve que tenías mucha necesidad de escribir.
Por fin el idiota logra algo más que un maniquí.
Me gustó mucho todo, pero en especial la metáfora con los rollos de foto (si es que es una metáfora; la clasificación de los recursos literarios no es mi fuerte.)
Me gusta ese punto en el que convergen las primeras charlas y el misterio que se deja desvelar...
También me gustan los viernes...
y me gustan 8mucho9 tus historias...

Besos
Anonymous said…
Este me gusto mucho, como ya te dije soy adicta al idiota.
besos
Luma

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