Caído

Monólogo de un idiota XII

Honestamente, enfermo.
Físicamente discapacitado.
Me arrastré hasta el teléfono y llamé para avisar que lamentablemente no iba a poder ir, pero mi amiga la secretaria no me creyó, y era de esperar, eso me pasa por decir que el lobo venía cuando nunca vi un lobo. Los escuché igual. Es una decisión en realidad: ¿lobo solitario u oveja del rebaño?
Quién sabe.
El tema es que la cabeza me daba muchas vueltas, para ambos lados, como esas calesitas que no te dejan bajar. No sé si el que giro soy yo, o todo lo que me rodea.
Y camino tanteando por mi propio espacio vacío, pestañeando demasiado, mi garganta pidiendo pastillas a los alaridos, de esas rosas que te dan de chico con gusto a frutilla. Pero pastillas no hay. Tengo que ir al médico. Recurrir a esos que se aferraron al sueño de salvar vidas, de hacer algo bueno, contribuir. Y conozco unos pocos, mejores amigos de la vida y la muerte, a escondidas borran la línea que los separa. La muerte enseña, la vida felicita, y yo no me quiero morir. Quiero quedarme de este lado de la raya.
Salgo a la calle completamente desorientado y camino, camino, camino hacia algún curandero. Una chica me sonríe en el reflejo de una vidriera, y me suena la cara, como melodía conocida, como garrapiñada pensé, la deben hacer en todas las esquinas de Cabildo. No me quejé, y como buen enfermo necesitado, seguí mi camino.
Hay una persona vendiendo collares, un florero mirando la gente pasar, un mendigo que se esconde de la indiferencia tras una columna. Una chica joven, en shorts cortos, se caga de frío mientras le hace propaganda a una computadora que nunca va a poder comprar. Y sonríe, y le sale bien, pero uno nota el grito de ayuda acumulado, protegido en el lado derecho de sus labios maquillados. Bajo, capaz, haya alguien, quizás.
Me faltan un par de cuadras. Veo pasar una mujer en un abrigo de piel; una señora, más bien, una anciana, de esas que dirán que la piel es vieja y sólo juntaba polvo en su ropero, como perfecta excusa, más para convencerse a sí misma que a cualquier otro.
Otra pasa al lado cargando una de esas miradas abstractas, comprada en easy o wallmart, adquirida en doce cuotas sin interés. Con su tarjeta visa capaz que obtuvo un descuento en las miles de cirugías plásticas que mostraba orgullosa. Engaño por dentro, por fuera, alrededor y vuelta carnero. Qué triste.
Entro al hospital y espero, sentado en una silla verde de plástico, con mis manos temblando de vez en cuando sobre mis rodillas, la mirada fija en el reloj. Estaría sentado en una silla más cómoda ahora, en mi escritorio, muriéndome. Qué irónico. Hay otros como yo ahí, no estoy solo, pero igual me atienden rápido, porque es jueves y los doctores apuran las citas que el viernes espera a la vuelta de la esquina. Si total todos sufrimos de lo mismo, digerimos la misma cruda realidad. Otra mentira.
Me debe haber visto cara de viejo machucado el doc, porque me dio una planilla de fondo amarillo clarito, medio tímida, con cuadraditos vacíos y texto, por supuesto, causas... arriba leía ¿Qué tan estresado se encuentra?" Y había instrucciones también. Y en ningún lugar leí "no estoy estresado". pero bueno. Dejé mis ticks en lapicera negra y busqué una reacción en la cara del doc. Nada. Escribió algo mientras tarareaba nombres complicados para afirmar que efectivamente estudió uno que otro trimestre de la carrera, y con una sonrisa falsa me entregó el cheque medicinal, la receta a una vida mejor, y con eso un "que se mejore".
En la farmacia me atendió una chica con ojeras bien marcadas, y me dijo cuarentainuevenoventa. No me sorprendió. Salí por la puerta automática, caminé con los ojos cerrados y abrí mi puerta manual, pero no sin antes juguetear con las llaves, para eternizar ese momento de transición donde no me encuentro ni adentro ni afuera, donde no puedo ser fácilmente clasificado y subclasificado.
Me tiro en el sillón que sopla con remordimiento mientras me dejo caer... y silencio. Veo mi cara en el reflejo de la tele apagada. Me pregunto cómo quedaría con cirugía plástica.

Comments

Coni Salgado said…
Pensamientos, realidades y sensaciones muy bien transmitidas, eso me sugirío el texto además de la intriga permanente del relato.
Crispín said…
Che Cai, este texto en particular es buenísimo.
Lo único que hubiera estado genial es que la silla de plástico del hospital hubiese sido naranja en lugar de verde. Y que el idiota la hubiese roto.
Wilfredo Rosas said…
Excelente. El texto y el dibujo.

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