Predicciones

Monólogo de un idiota V

Odio decirlo pero estoy comenzando a creer en las predicciones.

Empezó con un sol, un mar y la arena brasilera, y yo sentado, quizás acostado, quizás con amigos, no me acuerdo pero sé que vi una, vestida con taparrabos, viniendo como directo hacia mí, con sus ojos verdes, enormes como de camaleón mal camuflado o sin cama. Y mirándome. ¿Por qué a mí?
No fue casualidad que miré hacia atrás y a los costados para ver si había alguien más, alguien esperándola con los brazos abiertos pero no, ésta venía por mí y como vino me confundió por largo rato y se fue. Lo que me dijo me iba a cambiar la vida, así de dramático fue, pero no lo supe hasta mucho después.
Y me dijo muchas cosas, además, del pasado y el futuro y el presente, con escalofriante exactitud, y yo la miraba asombrado pero continuaba con mi actitud de verdadero argentino cabeza dura, si yo no creía en esas cosas, por más que logre resumir mi vida en un par de olas y unos granitos de arena insignificantes.
A todo esto, 3 años más tarde me encuentro con una oficina con cuatro paredes y cuatro esquinas y una sola puerta y las vacaciones que no llegaban. Y me acordé de sus predicciones, que sonaban tan terribles en ese entonces y ahora eran parte de mi vida. Recuerdo lo de no volver a pisar Brasil con ese ánimo, lo de encerrarme o ser encerrado, lo de vida inequilibrada o algo así y no quiero recordar más. En fin, taba en lo correcto y por eso me dolió pagarle, chanta, por qué no me pudo mentir, como todas las demás mujeres de ojos verdes con taparrabos... y además me salió tan barato, pero tan caro.
Y todo esto saltó porque mientras iba en el tren camino a algún lugar, me volvieron algunas de sus palabras, algo de sufrir para aprender y me pregunté, humilde y en tercera persona, ¿qué venía aprendiendo?
Y en eso venía cuando distraje la vista de los atributos de la blusa de al lado y por la ventana pasó un cartel, con fondo verde o azul, y creo que con letras blancas. Y todo indicaba que me había pasado de mi parada.
Resignado, con una sonrisa de costado muy escondida, me bajé medio ansioso por ver la cara enojada de la secretaria, que tanto la quiero, y los papeles esperándome sobre el escritorio, que tanto los quiero, y yo llegando al fin del mundo, en un tren; pensar que con ochenta centavos podría dejar todo atrás... ¿En qué iluso amante de Mc Donalds me he convertido?

Comments

Crispín said…
En uno que se pide la cajita feliz si está Snoopy.
Zoe said…
Desde que tengo uso de razón, se me ha dicho que lo barato cuesta caro...pero no hay mejor lección que la aprendida con dolor y esta no fue la excepción.

Me ha encantado el texto, no tengo crítica alguna. Perfecto.

Creo que por mis escasos veinte años, Mc Donald no me ha convertido en su amante... pero ya vi mi nombre en su lista...ya luego me llega el turno.

Gracias por haber pasado por mi espacio. Se agradece la visita y lo invito a pasar más seguido. Por lo menos, yo sí que lo visitaré a usted poruqe este espacio me ha encantado.
Saludos desde La Clínica.

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