O no?
Monólogo de un idiota II
(dibujo: retrato de Mashu)
Nostalgia de miércoles, dijo el contador.
No sabía si creerle o no, y me volví a casa medio asustado, a decir verdad.
Pero pasó.
Me levanté en el piso, me miré al espejo, y vi que me dolía la espalda, tenía las marcas de la alfombra sobre mi cara, un ojo morado y la corbata desnutrida, aunque encontré el saco entre corpiños y otra ropa interior ajena, pero me volví a mirar al espejo, y afuera hacía frío, así que decidí esconder mis guantes y mi bufanda de amaneceres y los tiré por la ventana.
Salí a la calle y hacía frío y me detuve frente a una vidriera de alguna marca desconocida, de mujer creo, sí, pero no quería comprar ropa, mucho menos a mi sobrina, esa pendeja malcriada, en realidad 'taba mirando el maniquí, que taba bueno, para partirlo si no fuera de aluminio, con esas curvas. Pero sin cara.
Y miré el reloj, no porque me importaba la hora sino por qué la chica de al lado me cachó mirándola, observándola, y le quería hablar pero me quedé mudo, y seguí caminando, entre la gente, todos vestidos de mañana con sus caras largas y sus puños cerrados y sus ojos abstraídos, pensando en llegar temprano, mientras llegan tarde. Siempre lo mismo, ¿no?
Pero me aburrí de la calle, de los que miran el piso y los escotes que parecen escotes pero no, y los viejos que caminan lento por la calle y los empujan y los empujan y todos pasan y siguen caminando, y yo sigo caminando como todos los demás, por que soy eso, al fin y al cabo, uno más.
Y esta vez, decidí ir al trabajo, porque venía faltando mucho, y esta enfermedad que tengo, esta crisis existencial bajo el nombre de gripe, debe llegar a su fin, hoy, y me acuerdo que ayer dije lo mismo y ante ayer también. Una gripe puede durar una vida, ¿no?
No sé pero entré y la recepcionista abrió grande sus ojos azules de secretaria malcogida y los cerró y los volvió a abrir, y ahí estaba yo esperando a que me saludara, no porque lo necesitaba, pero por primera vez quería sentirme parte del grupo, extrañaba eso de pertenecer a algo, a este sistema. Cualquiera.
Pero no me saludó, reverenda hija de su madre, y en vez concentró sus ojos marrones en la pantalla y yo pretendí no sentir nada pero sabía que el miércoles iba a ser peor de lo que pensaba, mientras me metía en el ascensor junto a otros infelices, y nos miramos los zapatos cuando subía y el techo cuando bajaba, como suele hacer la gente oficinesca. Y cuando frenó miramos para afuera y nos dimos cuenta de que no, acá no nos bajamos, faltan 2 o 4 o 7 mil pisos. Y capaz nunca llegamos, ¿no?
Y a pesar de todo me bajé, salí, escapé, de esas cuatro paredes, 3 eternas y sólidas, indiferentes pero dispuestas a reflejar la estupidez, mientras la otra es temporal, maleable a la altura, a los pisos, a los botones. Me falta un botón en la camisa y se me ve el ombligo... qué cagada, ¿no?
Y me veo la corbata amarilla antes de sentarme, después de ignorar los gritos y saludos de supuestos amigos, verdaderos compañeros de trabajo, la mejor raza de oficinescos, mientras veo por la ventana polarizada al pintor sonriendo. Ta para sacarle una foto, ¿no?
Comments
Y sí: me di cuenta de que la secretaria cambia de color de ojos.
Un gusto muchacho, hasta la próxima.
Un abrazo, que algunos pensarán que es premeditado pero otros se darán cuenta de su espontaneidad.
Un número más, entre muchos. Pero éstas letras te sacan de esa monotonía, de esa pelota de gente grisácea.
Abrazo!!