Monólogo de un idiota XV Se me tuerce el brazo cuando veo la ropa descansando sobre los muebles. Cuando veo los muebles viejos resignados en el piso sin barrer. Y el piso como papel, que me brinda el placer de escuchar y no perderme ninguno de los alaridos de abajo. A la vez está el edificio que amenaza con caerse abajo y terminar todo de una buena vez. Y la ciudad que cruzo todos los días, con sus caras y corbatas. ¿Por qué iría yo a quejarme? Busqué por toda la casa una remera blanca, con una mancha de vino en el hombro derecho y un par de agujeros acá y allá. Pero nada serio. No era cualquier remera tampoco; en sus hombros llevaba historias de departamentos y hoteluchos, piel, erizo y otra brusca caricia. La encontré enterrada bajo cajones de papeles, no sé de qué, y unas cajas viejas de mudanza. No vendría mal una mudanza tampoco, un cambio. La remera cargaba el mismo perfume de muñeca quebrada y sueños ilegales. Máquina del tiempo que solía esconderme en mi juventud y sus al...
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