Vías

Me acurrucó y pierdo el vuelo. Me desparramo, indistinguido, freno en seco.
Caminaba al lado de las vías. De vez en cuando, pasaba un tren, y trataba de concentrar mi mirada en algunos rostros. Recuerdo, vagamente, una nena de 10 o 11 años, de ojos enormes, sentada al lado de la ventana, que sin sonreír movió su mano para saludarme.
Tenía un cigarrillo en el bolsillo derecho del jean. En el tramo entre la estación de Nuñez y la de Belgrano, encontré 50 centavos al lado de una zapatilla nike destruída y una Quilmes no descartable. De a momentos me sentaba en las vías, con cuidado de no electrocutarme, y cerraba los ojos. Solo por un rato. Después volvía a caminar.
La noche anterior había salido con unos amigos.
Nos habíamos encontrado en lo de Tato a las 11, comimos unos fideos y miramos una película empezada sobre un adolescente confundido que conoce a una chica, y se enamoran pero después él tiene un accidente y se muere. Al final muestran a todos los personajes llorando, uno por uno, incluso la hermanita, una nena de 9 que la pasa mal en el colegio. Cuando termino tomamos unas cervezas y fuimos a un boliche. Pagamos 15 pesos y entramos. Adentro dimos varias vueltas en círculos antes de pasar por la barra a comprar tragos. Acercándose las 5 de la mañana conocimos a un grupo de chicas. Una de ellas reconoció a Fer de la facultad. Bailando música que aturdía un tipo se da vuelta y me dice "¿qué te pasa?" Yo estaba un poco borracho y no entendía muy bien. Él repitió varias veces "que te pasa" hasta que Tato, completamente dado vuelta, le pegó una piña en la oreja. Acto seguido saltaron sus amigos, y nos empezamos a cagar a piñas. Al rato llegaron los patovas y nos empezaron a pegar. Un golpe en la frente me dejó mareadísimo y me caí al piso.
Las chicas nos miraban asustadas desde una distancia. Antes de que pudiésemos decir nada nos echaron a todos a la calle. Nosotros eramos tres y ellos cinco. Encaramos para Santa Fe para tomarnos el bondi y nos dimos cuenta que nos seguían. Apuramos al paso y al rato empezamos a correr. Me dolía la panza y estaba muy agitado, casi dos por tres me la pasaba mirando para atrás para verlos sonreir a medida que se nos acercaban. Tato dobló en Chenaut y traté de explicarle que era una calle sin salida pero no hubo caso, ya estabamos al lado del hipódromo, respirando fuerte, viendo como se acercaban desde la esquina, ahora caminando lento, los cinco tipos. Eran bastante altos y dos se estaban quedando pelados. Eran más viejos que nosotros, debían estar rondeando los 25, el alto quizás llegando a los 30. Fer discutía con Tato de que era un pelotudo, que porque le pegaste, son un enfermo, que pensaste que iba a pasar. Yo agarré un pedazo de madera del tamaño de una raqueta de tennis, y los chicos se pusieron al lado mío, espaldas contra la pared. Cuando estaban cerca empezaron a correr, sin ningún previo aviso. Al primero que se acercó lo pude esquivar y el segundo me tiró al piso de un empujón. Con la madera le pegué varias veces en el costado y cuando se corrió fui a socorrer a mis amigos. Tato estaba acurrucado en el piso en posición fetal mientras lo cagaban a patadas. Con la madera les pegué en la espalda y cedieron, y cayeron al piso, gritando de dolor. Ahí nomas noté que la madera tenía clavos en la punta, y que tenían las espaldas manchadas de sangre. El que restaba soltó a Fer y empezó a marcar un número en su celular. Unos porteros salieron a la calle y nos empezaron a gritar que eramos unos hijos de puta, unos asesinos. Casi por decisión unánime corrimos hasta Luis María Campos, y sin soltar la madera nos subimos a un 118 que justo pasaba. Nos dejó en Barrancas de Belgrano. Ahí tiré la madera en un tacho y los chicos frenaron un taxi. Insistieron que me vaya con ellos pero dije que no, y hasta forcejié con Tato y lo amenacé de pegarle. Me senté mirando el amanecer, me compré un bonobón y me lo comí a las apuradas.
Sin ninguna buena razón empecé a caminar por las vías hacia el lado de Tigre.

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